Cuando hablamos de la creación del mundo y todo lo que en el mismo existe, estamos pensando en un perfecto diseñador que todo lo hizo con exactitud para que funcionara sin desperfecto, ni descontrol alguno; esta es la razón por la cual vemos que la naturaleza misma reacciona a su ciclo de acción diseñado por su creador en el tiempo y hora que así le fue programado. Pensemos en los astros que van a excesivas velocidades y no se chocan uno con otro porque el diseñador calculó a la perfección el diámetro de longitud entre sus rutas, ¿Qué precioso verdad?
Lo más importante de todo es que lo creado tiene un solo propósito, y es exaltar y glorificar a su creador; por ello, toda la naturaleza expresa su alabanza a su diseñador a través de su belleza natural o su canto especial como el caso de las aves, reconociendo que son producto del plan diuino de un Dios eterno, que ha existido y existirá por toda la eternidad. Ese Dios es la persona del Señor Jesucristo. El escrito sagrado lo presenta como el Dios de la palabra, el que dijo sea la luz y fue la luz, el creador de todo lo existente en el universo es Jesús.
En el capítulo de hoy, evangelio según San Juan capítulo 1, inicia el mismo libro hablado de Jesús antes de la creación del universo, es decir, Jesús es Dios eterno, Quien vino a este mundo tomando naturaleza humana para acercarse al hombre y éste conociera de su gran amor y plan redentor, Dios fue el creador del hombre, a quien le premió haciéndole el privilegiado de ser conforme a su imagen, pero, el hombre no valoró la imagen de Dios en él y le deshonró desobedeciendo su Palabra, lo que le trajo graves consecuencias y separación de Dios.
Más el amor de Dios por el hombre fue tan grande que se humanizó en la persona del Señor Jesucristo para acercarse al hombre y restaurar la vida de los que le reconocen como su Saluador. El escritor es claro al decirnos: Juan 1:11-12 “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” Para ser hijos de Dios necesitamos creer en Jesús, y adorarlo como Dios, obedeciéndole y dándole el lugar que le corresponde, comenzando con nuestra asistencia y adoración en el Templo al eterno Jesús, Dios creador del universo.